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Educación | 18/01/2022
Por Micaela Pellegrini
La educación de los cuerpos homofóbicos está en todos lados
En la columna de esta semana vamos a referirnos a la educación de los cuerpos. Lo vamos a emprender desde dos perspectivas: la primera será contemplando a los cuerpos desde un análisis sociocultural, es decir, no meramente como un entramado biológico constituido por órganos, músculos, huesos… sino también como materialidades atravesadas por los mandatos, deseos, valores y estereotipos de una sociedad puntual en un tiempo y espacio específico. La segunda perspectiva es la educación. Desde los primeros años de vida, diferentes instituciones (familias, escuelas, clubes, gimnasios, medios de comunicación) ofician como centros de regulación y disciplinamientos de las corporalidades, especificando formas singulares de habitar el mundo con énfasis en significados y valores de género.

Al respecto, Graciela Morgade advierte: “Se trata de procesos sutiles e inadvertidos, que entran en juego en la vida cotidiana, en los que se movilizan imágenes estereotipadas, o en donde existe un silencio frente a su utilización” (2012, p.61). Al respecto nos preguntamos: ¿qué semblante deben tener los cuerpos para ser aceptados socialmente?, ¿cuál es el cuerpo hegemónico que prescriben las instituciones?, ¿cuáles son los cuerpos más discriminados? Existe una intensa reiteración de patrones que, ocultándose tras los medios de comunicación, el discurso médico y biológico, las nociones de “normalidad” y “anormalidad” de la modernidad, imponen un cuerpo heterosexual, patriarcal, homofóbico y gordofóbico.


En esta oportunidad focalizaremos en el último patrón mencionado: la gordofobia. No porque lo consideremos más significativo, sino porque la época del año amerita detenernos por un instante y repensar este grave aspecto de nuestra sociedad. En Latinoamérica el mes de diciembre es sinónimo de muchas cosas: fin de año, festejos, navidad, despedidas, graduaciones, vacaciones, consumo, pan dulce, sidra…. pero también, trajes de baño, ropa holgada, cuerpos semides- nudos, exposición, dietas, ondas rusas, ejercicio físico. Para muchas mujeres y varones, diciembre se convierte en la época del año que les recuerda que sus cuerpos son lo suficientemente grandes para encajar en la sociedad. Pero no solo el mes de diciembre se los resuena, también son los talles de la ropa, las butacas de los aviones, las y los nutricionistas que hablan en la tele sobre “cómo llegar al verano”, el semillero de gimnasios y la intempestiva violencia simbólica que desde los medios y redes se recrudece con la exposición de cuerpos delgados y felices. Y así, en un ejercicio de disciplinamien-to “regalamos nuestras vidas, nuestro tiem- po, nuestra energía, nuestro derecho al placer, nuestro deseo y nuestro poder, bocado a bocado” (Tovar, 2021, p.12)

Según Naomi Wolf (1990), “la dieta es el sedante político más potente de la historia de las mujeres”. El puñado de mujeres que acabo de citar en esta carilla, sostienen que la gordofobia es una ideología que reproduce un patrón de belleza arbitrario e intolerante hacia las personas gordas a quienes además considera inferiores, objetos de odio y burla. Como cultura, hemos determinado estar gordo como una cosa sustancialmente negativa, cuando en realidad la di- mensión de los cuerpos carece de significado. En efecto, no nacemos considerando que la gordura es mala y la delgadez buena. Asimilamos estas cosas desde una educación sistemática y continua. Esto lo podemos observar claramente cuando nos remontamos en el tiempo y descubrimos que en sociedades antiguas la gordura era sinónimo de belleza, bienestar y buen pasar económico. 

Ha sido en las últimas décadas que las personas gordas se convirtieron en cuerpos intolerables y discriminados bajo la falsa preocupación por su salud y bienestar. Según Virgie Tovar “La cultura de la dieta es el matrimonio entre la multimillonaria industria de las dietas (…) con la atmósfera social y cultural que normaliza el control de peso y la intolerancia gordofóbica” (p. 22) y agrega “de- bemos rechazar de raíz, como axioma, la idea de que la gordura solo puede ser producto de un trauma, una enfermedad mental o un desequilibro” (p.23). Debemos dejar de contribuir con el mito que alude a los cuerpos gordos como equivalentes a la mala salud.

En términos generales, la mayoría de las personas que hacen dieta y realizan actividad física para adelgazar, no lo hacen porque lo desean sino porque sienten que tienen que hacerlo. Es una sensación de obligación (y sufrimiento) que la sociedad impone, una mercantilización de nuestra voluntad como sometimiento a la cultura. Por lo cual, más allá de que sigámoslo haciendo, es necesario saber que el deseo de estar flaca o flaco no es del todo personal, es parte de un deseo por cumplir con las expectativas que se traduce en sometimiento y actos homofóbicos.

Bibliografía:
-Morgade, Graciela (2012). Aprender a ser mujer. Aprender a ser varón. Noveduc.

-Ramón, María del Mar (2020). Coger y comer sin culpa. El placer es feminista. Paidós.

-Tovar, Virige (2021). Tenés derecho a permanecer gorda. Ediciones Godot.

-Wolf, Naomi (1990). El mito de la belleza. Errementari.
Periodista/Fuente: Por Micaela Pellegrini Malpiedi | Profesora, Licenciada y Doctora en Ciencias de la Educación (UNR-ISHIR/CONICET)
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