Firmat, miércoles, 24 de abril de 2024
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Interés General | 19/10/2021
Artesanas de historias | Por Andrea Faulkner
La habitación cuatro
En los últimos años, el hotel estaba vacío. Ningún huésped. Cuando Antonio comenzó a leer el diario en el comedor, Manuel se acercó con el libro de contabilidad, corrió la silla y se sentó frente a él.

—¿Podés explicarme por qué hay que vender el hotel? —preguntó exaltado.
—Porque no hay otra solución. No podemos pagar las deudas y los intereses aumentan exageradamente —respondió Antonio con un suspiro de angustia.


Levantando la mirada del diario, la enfocó hacia la descolorida pared frontal, la vista se perdió evocando el recuerdo de sus padres: Rafael y Josefa. El retrato colgado estaba firmado por un prestigioso artista español, lo había pintado décadas atrás en su estadía como huésped; más abajo, a la derecha pendía de un clavo, la fotografía de sus abuelos paternos.

—Lo heredamos de ellos. No lo vamos a vender ¡Estoy dispuesto a hacer cualquier cosa, hasta entregar mi vida si es necesario! —exclamó Manuel convencido—. Además, Carlos Menem anunció, en el acto inaugural de inicio de obras del puente Rosario -Victoria, que habrá un incremento en el turismo.
—¿Vos creés que lo van a construir?
—Sí. Se comenta que habilitarán quince mil puestos de trabajo. Nuestro hotel estará desbordado de huéspedes —dijo Manuel entusiasmado.
—Necesitamos la guita ahora, no dentro de unos meses o un año. Estamos tapados de deudas ¡Mirá! —afirmó Antonio con las facturas en la mano.


Una luz penetró por la ventana iluminando los rostros de sus antepasados. Manuel avanzó unos pasos y se quedó miran- do con una expresión de curiosidad.
—Estacionó un auto..., un tipo se está bajando… Viene caminando hacia acá con un maletín.

Cuando sonó el timbre, le abrió con una sonrisa en los labios.
—¿Tiene una habitación? —preguntó el recién llegado con una sensación de cansancio en la voz.
—Sí. Pase a la recepción ¿Usted vino por la construcción del puente? —indagó Manuel.
—¿Qué puente? —preguntó el hombre desconcertado. —El que van a construir: Rosario - Victoria.
—No. Voy a la provincia de Corrientes pero me perdí, tendré que ver detenidamente el mapa. Necesito llegar mañana antes de las cinco de la tarde para un remate judicial. Tengo la oportunidad de comprar lo-tes a muy buen precio.

Antonio continúo la lectura del diario. Manuel acompañó al huésped a la habitación. De regreso una idea le rondó por la cabeza, lejos de rechazarla, consideró que era una gran idea.

—Tenemos a un tipo perdido, nadie sabe dónde está. Tiene billetes que, a nosotros en este momento, nos vendría muy bien. Si lo quitamos de en medio, no tendríamos que vender el hotel —comentó Manuel en voz baja pasando su brazo por encima de los hombros de su hermano.

Antonio se quedó pensando un momento, pero terminó aceptando el abrazo accediendo a colaborar con la propuesta.
—Tenemos que hacerlo…no hay otra salida —le cuchicheó al oído—. Conspiraban como lo hacían de niños antes de cometer una travesura.

En dos vasos sirvieron todo el whisky que quedaba en la botella polvorienta. El grillo chirrió una sola vez anunciando la muerte que se acercaba a la habitación número cuatro. Antonio se detuvo temiendo que el sueño del hombre hubiera sido perturbado.

—¿Estará dormido?
—Bajá la voz o lo vas a despertar. No te eches atrás ahora, hay que salvar el hotel —susurró Manuel.

Con sumo cuidado puso la mano en el picaporte y con un movimiento descendente abrió la puerta poco a poco. El hombre se dio vuelta en la cama, de un lado al otro, emitiendo un ronquido. Se paralizaron un instante por el terror a que se despierte. Sigilosamente, en puntas de pie fueron acercándose. Manuel apuntó a la cabeza del hombre y con un golpe seco co-mo de guillotina, el remo cayó pesadamen-te en la parte superior del cráneo.

—¿Está muerto? —preguntó Antonio sosteniéndose contra la pared.

Colocó su oído sobre el pecho del hombre y asintió. Envolvieron el cuerpo con las sábanas dejando los extremos sueltos para poder tirar y moverlo con facilidad. Tambaleándose llegaron hasta el auto de la víctima. Abrieron el baúl. Acomodaron con dificultad el cuerpo. Manuel dio arranque y salió a la calle por la parte de atrás del hotel. Su hermano lo siguió manejando el Torino. La noche estaba oscura y la ruta vacía.

Condujeron diez kilómetros. Una arboleda de sauces a mano derecha señalaba la entrada al inhabilitado camping municipal. Los autos se detuvieron frente al río, verificaron que nadie anduviera en la zona. Sacaron el muerto del baúl trasladándolo al asiento del conductor. Cerraron las puertas, abrieron las ventanillas, lo empujaron a la orilla, introduciéndolo hasta que el agua se lo tragó en su totalidad. Nadie lo encontraría en ese lugar, estaba al otro lado del sitio donde comenzarían a poner los pilotes para la construcción del puente. Cautelosamente, barrieron con un rastrillo todas las huellas de neumáticos y calzado.

De regreso fueron a la habitación cuatro, husmearon el maletín como un perro hambriento lo hace con una bolsa de basura y saciaron su hambre con cincuenta fajos de billetes. Limpiaron las huellas de sangre y colocaron en una bolsa las pertenencias.

Encendieron el hogar a leña, quemaron el remo y la bolsa. Pensaron que nada los relacionaría con el asesinato.

Abrazados contemplaron el cuadro de sus padres. Manuel guardó el libro de contabilidad y todas las facturas. Antonio se sentó para retomar la lectura del diario, las letras negras parecían salirse de la página: Robo al Teatro “La Comedia”.

El hecho tuvo lugar ayer en la ciudad de Rosario. Un empleado del teatro transitaba por calle Mitre cuando un ladrón le sustrajo un maletín negro. El mismo contenía cincuenta fajos de billetes.



Ilustración: Sol Donofrio
Periodista/Fuente: Andrea Faulkner (Escritora firmatense)
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