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Educación | 15/09/2021
Por Micaela Pellegrini Malpiedi
Mucho más que un uniforme: breve reseña sobre la obligatoriedad del guardapolvo blanco
Uno de los símbolos más significativos de la Escuela es el guardapolvo blanco. Una pieza de tela que se lleva en el cuerpo y que le otorga la connotación de “estudiantes” a los niños y niñas que asisten a las instituciones educativas. No solo eso, también posee una carga política vinculada con la defensa a la educación pública: el guardapolvo no se mancha, suele ser uno de los slogans que revaloran el rol de la escuela y de los/as docentes en el marco de una sociedad cada vez más pauperizada y mediada por el mercado.

Con tablas o sin ellas, con botones adelante o atrás, con cuello solapa o puntilla, quienes hemos asistido a una Escuela Pública hemos vestido un guardapolvo. Pero éste es mucho más que un diseño de indumentaria. Por un lado, responde a los códigos de vestimenta desde los cuales las instituciones buscaron regular los cuerpos, las jerarquías, la sexualidad, el poder. Por otro lado, posee una semántica que se corresponde con los sentidos que socialmente se le atribuye a la educación pública: igualdad, inclusión, ascenso social, etcétera.


Generalmente se alude que su gran impulsor fue el propio Domingo Faustino Sarmiento. Si bien es verdad que este intelectual tuvo una fuerte incumbencia en la promoción por materializar la educación popular en nuestro país, estuvo al margen en lo que respecta al uso obligatorio del delantal. Incluso, a partir del año 1884 se prohibía explícitamente el uso de uniformes escolares. Esta decisión habría estado meditaba como forma de hacerle frente a los gastos que apremiaba la confección de este dispositivo. A fines del siglo XIX aún no se había consolidado la cultura del consumo de masas, por lo que la elaboración de vestidos requería la contratación de modistas especializadas encargadas de realizar piezas únicas, personalizadas y por ello costosas.


Sin embargo, es en la alborada del siglo XIX cuando es posible comenzar a reconocer algunos nombres propios intencionados en imponer la obligatoriedad del guardapolvo. Habría sido la profesora de labores, Julia Caballero Ortega, quien tuvo la iniciativa. Esta maestra graduada en el año 1884, ya contaba con décadas de práctica en las aulas cuando se habría inspirado en el año 1905 sobre el uso del delantal en la escuela de Avellaneda donde trabajaba. Tal vez, por las características curriculares de su enseñanza, el uso del guardapolvo protegería la vestimenta que los/as estudiantes llevarían por debajo. Por otro lado, los maestros Aldo Banchero, Pedro A. Torres, el propio Pablo Pizzurno (docente e Inspector General de Escuela) son otros de los personajes históricos que resuenan en la historia del guardapolvo blanco. De todas estas voces queremos detenernos en una en particular: Matilde Filgueira de Díaz.

Esta mujer nació durante las últimas décadas del siglo XIX en el corazón de la Pampa Gringa. Para el año 1915 ya contaba con una basta trayectoria en el aula, experiencia que le permitió advertir de qué modo la vestimenta portada por sus estudiantes las distinguía socialmente. Por lo cual, decidió convocar a una reunión de padres a los fines de comunicar el inconveniente e informales que implementaría el uso obligatorio de un guardapolvo del mismo color. Pese a la negativa que recibió por parte de las familias, Matilde compró personalmente metros de tela blanca que a posteriori cortó y distribuyó a sus estudiantes junto al molde para confeccionar los guardapolvos.

Esta anécdota se trata de una experiencia singular más que, sin duda, marcaría agenda en la implementación de uno de los símbolos más valiosos de nuestra Escuela. Por ejemplo, en la Circular del 1 de noviembre de 1919 perteneciente al Concejo Nacional de Educación, se establece la autorización de los delantales blancos para el personal docente y la recomendación para el estudiantado: “Art.2°: Considerar, dichos delantales y guardapolvos, uniformes característicos del traje escolar y en análogas condiciones a los textos y útiles escolares, a los efectos de la provisión a los niños de matrícula gratis. (Circular del 1 de noviembre de 1919 del CNE, en: Digesto escolar, 1920:724). Años después, específicamente en 1926, el Consejo General de Educación estableció lo siguiente: Art.1º "El uso del uniforme (delantal o guardapolvo blanco) será obligatorio durante la totalidad del día escolar, para todo el personal (docente y administrativo) y los alumnos” (Revista de Instrucción Primaria, Bs As, 1926:15420). Ahora bien, más allá de los intersticios históricos que llevaron su implementación obligatoria, el guardapolvo otorgó un sentido de pertenencia que colaboró con la consolidación del sistema educativo. Su simbolismo engloba una amalgama de promesas que, desde fines del siglo XIX, les otorgan a las palomitas blancas el orgullo por estar aprendiendo algo. Este vestuario que resulta un objeto clásico de la historia de la educación, tuvo su irrupción durante los primeros años del siglo XX. Como dispositivo democratizador, elemento higiénico y como resguardo de la "decencia y el decoro" llegó para transformar el horizonte de las escuelas públicas para siempre.

Bibliografía DUSSEL, I. (2000). “Historias de guardapolvos y uniformes: sobre cuerpos, normas e identidades en la escuela”, en Gvirtz, S. (2000), Textos para repensar el día a día escolar. Sobre cuerpos, vestuarios, espacios, lenguajes, ritos y modos de convivencia en nuestra escuela, Ed. Santillana, Buenos Aires, pp.105-132. MAYOCCHI, E. M. (2010) “Memoria de otros días de Buenos Aires”, Ed. Alba, Buenos Aires, p. 94.


Periodista/Fuente: Por Micaela Pellegrini Malpiedi | Profesora, Licenciada y Doctora en Ciencias de la Educación (UNR-ISHIR/CONICET)
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