Firmat, jueves, 18 de abril de 2024
Edición Digital Nro: 948
 

Archivo | Busqueda avanzada

Educación | 14/04/2021
Artesanas de historias | Por Andrea Faulkner
La canción del sauce
Casi en penumbras, en un profundo silencio, Samuel releía su cuento preferido: “Los crímenes de la calle Morgue”. Dejaba fluir sus pensamientos que se ondulaban entre las capas de humo de su cuarto cigarrillo.

El sonido del teléfono interrumpió sus deducciones con un nuevo mensaje.
-¡Que no sea otro asesinato! –exclamó en voz alta.

Lamentablemente le informaban de un nuevo delito. Tomó su sobretodo gastado y salió.

En la escena del crimen se encontró con Álvaro, su ayudante. Agudizó su mirada de águila al estilo del detective Auguste Dupin.
Encendió el grabador:
-“Sobre la cama en posición horizontal hay un cuerpo de mujer. Edad promedio veinte a treinta años. El contorno de su cuello muestra una línea de hematomas de tamaño medio, como si la víctima hubiese sido estrangulada. La puerta y ventanas no fueron forzadas”.


Giró su cabeza hacia la derecha en una mirada panorámica, luego examinó prolijamente cada detalle y agregó: “En la mesa de la habitación hay flores desparramadas, en el suelo una alianza y un jarrón roto. ¿Signos de una pelea?”

Apagó el aparato y se lo entregó a su ayudante quien le informó que ya estaban identificados los elementos para peritar.

Álvaro Abellán tenía un único deseo, trabajar en la policía científica, por tal motivo se esmeraba en el desempeño de su trabajo como asistente. Para sorprender a su jefe, recolectó los resultados preliminares de los exámenes forenses y las declaraciones de los allegados a la joven.

Expuso con cierto orgullo de principiante:
-La víctima fue identificada como Clara Villarroel, de veintidós años de edad. La autopsia revela como causa de muerte, asfixia por estrangulamiento manual.

Samuel corrió la silla buscando una mejor postura y encendió un cigarrillo.
-Continuá –ordenó abriendo su anotador.
-Javier Muñoz, instructor de aerobic, declaró que finalizada la clase llevó a Clara hasta su departamento y él se fue a cenar al hogar de sus padres. Irina García, secretaria del gimnasio, testificó que Javier y Clara esa noche pelearon dentro del vestuario, salieron y se fueron juntos. Sara Deux, su vecina, manifestó que escuchó una discusión. Reconoció la voz de Clara y la de un hombre.

Detuvo el relato unos segundos y añadió:
-El peritaje determinó que el anillo era de oro y la medida de la circunferencia coincide con el diámetro del dedo anular de la víctima. En la alianza había un papel enrollado, al abrirlo se encontró este poema: “La frente caída, hundido el corazón;
llora, sauce, llora conmigo;
las aguas corrían llevando el dolor;
llora, sauce, conmigo;
el llanto caía y la piedra se ablandó…”
-¿Algo más?
-Sí. Se están analizando las huellas dactilares en el anillo y en el papel. Para escribirlo se utilizó una máquina “Olympia” de mil novecientos setenta y siete. La letra “O” aparece entrecortada y la cinta es color azul.

-¿Cuál es tu conclusión? -indagó simulando curiosidad.
-Tenemos un femicidio y por el momento un supuesto sospechoso, Javier Muñoz, el instructor de aerobic -detalló Álvaro, con seguridad.
-Vas aprendiendo, pibe, pero no te agrandes tenemos que seguir investigando.

Samuel bebió el café amargo y oprimió la colilla de cigarrillo contra el cenicero, absorbido en sus cavilaciones, entre posibles hipótesis. Las ideas revoloteaban como cientos de palomas sobre su cabeza; resopló por cansancio, ahuyentándolas.

Acomodó los papeles esparcidos sobre su escritorio, recogió algunos libros que tenía que devolver. Entonces recordó que en la biblioteca había visto una máquina de escribir. ¿Conducirá a otra línea de investigación o es una pista falsa? Tomó su sobretodo y salió con tanta prisa que dejó olvidado uno de Shakespeare.

Entregó el paquete a la bibliotecaria, luego caminó hacia la sección “Favoritos de la semana”, leyó los títulos y autores. Dio unos pasos más para acercarse a observar la deteriorada máquina de escribir.
-Es una “Olympia”. ¿Funciona? –preguntó intrigado.
-No se usa. Tiene un desperfecto en varias teclas, el carro se frena, la cinta está seca –respondió la mujer.

Samuel pasó el dedo y la tinta fresca se lo manchó.
-¿Cuántas personas trabajan aquí? -Walter Varek y yo. Él se encarga de la sala de lectura desde hace dos meses. Esta semana no se presentó a trabajar por problemas personales.

En su oficina terminó de ver el informe pericial, lo dobló y lo guardó; el café ya se había enfriado. Lo descartó prefiriendo fumar mientras hacía sus anotaciones: “La máquina de escribir de la biblioteca confirma que se utilizó una igual para mecanografiar el texto. El anillo y papel en el cual está impreso el poema, tienen las huellas dactilares de Walter Varek”.

Reflexionando dio una pitada larga, el humo giró en el torbellino de suposiciones. ¿Qué conexión tienen estos elementos con la víctima?

La puerta de la oficina se abrió repentinamente.
-Hallé un dato relevante –sentenció su asistente agitando dos hojas de papel.
-Valeria, la mejor amiga de Clara, declaró que el martes pasado estaban en un bar; el ex novio se acercó, le entregó un regalo y se retiró. Al abrirlo le mostró una alianza y un poema. Clara había cortado la relación con él hace tres meses por sus celos obsesivos, desde entonces comenzó a perseguirla y hostigarla. La amenazaba diciéndole: “Te casás conmigo o no te casás con nadie”. Su nombre es Walter Varek y trabaja en la biblioteca.

-¿Walter Varek? ¿El de la Biblioteca? ¿Tenía una relación con Clara? ¡Es la pieza que une el poema, con la víctima!

Siguiendo la línea de investigación, se procedió al interrogatorio obteniéndose la declaración testimonial de Varek.
-Esperé a Clara sentado en la vereda frente a su casa. Al verla bajar del auto de su profesor, tuve un ataque de celos. Entré al departamento y le dije que nos casáramos. Discutimos. Ella fue al dormitorio, la seguí, tomó la alianza que le regalé, me acerqué para abrazarla y se opuso. Forcejeamos. La empujé y cayó sobre la cama. Yo no sabía lo que estaba haciendo cuando la agarré por el cuello…no me pude contener. Quise revivirla… pero ella estaba muerta. Sentí desesperación y salí corriendo.

Una semana después Samuel y Álvaro cenan en el bodegón de siempre. Milanesa con papas fritas, después un café.
-Ahora sí lo podrá tomar caliente –afirmó Álvaro.
-Caliente y amargo. ¿Sabías que en el libro “Otelo”, Desdémona canta la canción del sauce antes de su muerte? Su esposo, “El Moro de Venecia”, la estranguló. En la ficción y en la realidad, estos dos femicidios tienen la misma motivación: los celos.
-¿Su escritor preferido es Shakespeare?
-No. Es Edgar Alan Poe.

Periodista/Fuente: Andrea Faulkner (escritora firmatense)
Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales y no deben ser atribuidos al pensamiento de la redacción de El Correo de Firmat. Los comentarios pueden ser moderados por la redacción.