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Educación | 04/08/2020
Por Gustavo Battistoni
Lopizmo y Rosismo
Estanislao López es el epítome del Federalismo. Nadie, como él, luchó por la instauración de una república federal en la Argentina. Entregó su vida en la brega por un país integrado, donde las provincias y regiones, sin perder su fisonomía particular vivieran en armonía. Sus enemigos al descubierto fueron derrotados uno por uno por la valentía del pueblo santafesino que no quería arrodillarse ante ningún poder. Fue necesaria una astuta política, la que disfrazada de federalismo, pero que encubría un centralismo despótico, para neutralizar la voluntad federalista. Ese unitarismo de hecho, enmascarado de confederado fue el encarnando por Juan Manuel de Rosas, el terrateniente todopoderoso, dueño de vidas y ganados.

La relación entre López y don Juan Manuel fue cordial hasta el Pacto Federal de 1831, cimentada en la garantía que le había dado el bonaerense al cumplimento del Pacto de Benegas que restableció la economía santafesina después de la devastadora incursión del infausto Directorio. Rosas necesitaba el prestigio de don Estanislao para articular política con los caudillos del interior, que veían en el Patriarca de la Federación al hombre que le podía poner límites al despotismo centralista. Las primeras luces de alarma comenzaron con el acuerdo, luego del asesinato de Manuel Dorrego, entre Juan Galo Lavalle y don Juan Manuel, que le hizo preguntar qué era lo que diferenciaba a los porteños del interior profundo. La respuesta fue la misma desde los tiempos de la Corona española: el monopolio de la aduana y del puerto, herencia del Virreynato, que fue usufructuado por la élite porteña en desmedro del resto del país. El mayor error estratégico de Santa Fe fue mantener cerrado el Río Paraná, a cambio de una compensación pecuniaria. Esto impidió el desarrollo de la economía del litoral, tal como lo expresó el más lúcido gobernador en materia económica, Pedro Ferré, que en sus “Cuestiones Nacionales” vio con claridad cuánto le costaba al país el monopolismo porteño.

Juan Álvarez, en su “Ensayo sobre la Historia de Santa Fe”, describe con precisión la situación imperante: “Las bases de la controversia parecen haberse referido principalmente a la aduana exterior (respecto de Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe, que tenían puertos en competencia con Buenos Aires), y al modo de distribuir los puestos públicos en las provincias. Buenos Aires sostenía que bajo el Virreynato le correspondían ambas regalías, y que careciendo las provincias de recursos y hasta de los letrados necesarios para dictar leyes y administrar justicia, los pretendidos gobiernos autónomos no podían existir”. Nada ha cambiado en esencia: la prepotencia porteña es la misma antaño que hogaño.

Estanislao López aceptó la compensación con la confianza de que el déspota de Santos Lugares, cumpliendo lo convenido por el Pacto Federal de 1831, se avendría a organizar el país, por medio de una república federal, donde las rentas del fisco serían repartidas entre todos los habitantes. Grande fue su sorpresa e indignación, cuando Juan Manuel de Rosas, con la complicidad de Facundo Quiroga, boicoteó lo pactado en el artículo 16, atribución quinta del documento firmado el 4 de enero de 1831: “Invitar a las demás provincias de la República, cuando estén en plena libertad y tranquilidad, a reunirse en Federación con las tres litorales y a que por medio de un Congreso General Federativo se arregle la administración del país bajo el sistema federal”.

Rosas, como Rivadavia, en 1821, cuando este último saboteó el Congreso de Córdoba que se iba a reunir para organizar el país, hizo lo posible para que la nación siga desarticulada bajo la égida bonaerense. Su posición frente a las provincias del Litoral, y la forma en que defendió la aduana local y la clausura de los ríos, fue bien vista por toda la clase dirigente de la ciudad puerto, incluidos los unitarios declarados.

La cerrazón porteña llevó a que Santa Fe tuviese que ampliar su esfera de influencia en el interior, en particular en Córdoba, buscando un nuevo reordenamiento político, que equilibrase la traición, y buscase nuevos aliados para luchar por el federalismo ante la defección del encargado de las relaciones exteriores.

La correspondencia entre nuestro guerrero y el terrateniente, es clara en cuanto a los intereses políticos que representaban cada uno. El consecuente federalismo de López diferenciado del unitarismo de hecho de Juan Manuel de Rosas. Le dice el santafesino al porteño: “No fue con el solo y preciso objeto de salvar al país de las garras de los feroces unitarios que los gobiernos litoraleños se resolvieron a celebrar el Tratado del 4 de enero; algunos de otros puntos de grande importancia tuvieron también en vista el realizarlo, y entre ellos fue sin duda uno de los primeros el encaminar la República hacia la Organización Nacional…”.


La temprana muerte del Caudillo santafesino, impidió la Organización Nacional hasta la aparición de Justo José de Urquiza. No es casualidad que el líder entrerriano, en el discurso de inauguración del Congreso Constituyente de Santa Fe, el 20 de noviembre de 1852, dijera: “El deseo de muchos años se cumple en este día: los gobiernos del Litoral descansan de los compromisos contraídos en 1831”. Estanislao López, como el Cid Campeador, ganaba la batalla después de muerto.
 
Periodista/Fuente: Gustavo Battistoni | Historiador y escritor
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