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Interés General | 20/02/2018
Máximo Cavallín hizo cima en el Aconcagua
“Lo lindo de la montaña es entregarte al azar”
El psicólogo y músico firmatense dialogó con El Correo sobre la experiencia que vivió recientemente. “Es muy linda la filosofía de la montaña. Es un ser vivo que elige si te deja entrar o no”, reflexionó.
Son pocos los vecinos de Firmat que hicieron cumbre en el Aconcagua -montaña más alta del Continente Americano con 6.962 m.s.n.m.-. El relato oral asegura que el primer firmatense en lograrlo fue el Teniente Primero, Fabián Cannarsa Battistoni, en 1991. Lamentablemente, poco tiempo después perdió la vida en el Cerro Santa Elena (Chile).

Luego de Fabián, solo un pequeño grupo vivió esa experiencia. Quienes estuvieron allí aseguran que es difícil traducirlo en palabras. Es una vivencia donde cuerpo, mente y alma se funden y se muestran ante la montaña sin máscaras ni prejuicios. “En la montaña te conocés verdaderamente”, aseguran los que alguna vez caminaron varios días para hacer cumbre.

A ese pequeño grupo de intrépidos se sumó recientemente -el 4 de febrero-, Máximo Cavallín. Máximo tiene 31 años, es psicólogo de profesión y músico de vocación -autor de La Milonga de los Molina- y hasta hace unos años atrás no sentía demasiada atracción por el montañismo. Sin embargo, una historia lo movilizó e hizo que lentamente se acercara a esta aventura.

En 2013, de paseo por Salta, conoció la historia de los tres niños incas que en 1999 fueron encontrados congelados en la cima del Llullaillaco por un equipo de antropólogos. La historia lo cautivó. “Esta inquietud no nace por el Aconcagua, nace por otra montaña que quiero hacer: El LIullaillaco, una montaña de Salta que es casi como el Aconcagua, tiene 200 metros menos y está muy aislada”, cuenta Máximo y amplía: “Se me mete en la cabeza porque cuando voy a Salta conozco el Museo de Alta Montaña, donde están las momias de LIullaillaco, que son tres momias Incas, tres niños. La historia me impresionó. A raíz de eso empecé a hacerles música y es mi próximo proyecto musical”.

Además de ponerle música, Máximo quiso ponerle el cuerpo a la historia y llegar hasta el lugar donde 500 años atrás llegaron caminando los tres niños incas. “En noviembre me iba a ir al LIullaillaco, iba a ir con guía, pero el guía me canceló días antes por falta de gente. Yo estaba entrenado, había hecho otras montañas y dije ‘a algún lado me voy’. Entonces me fui al Aconcagua”.

El primer intento lo hizo en diciembre; las condiciones climáticas le impidieron llegar a la cima. “La primera vez me fui un mes, una locura, demasiado tiempo antes. Aclimaté en el cordón del plata durante 10 días y 16 días en Aconcagua. Me agarró tormenta de viento en Cólera, en el último campamento”.

“Esta segunda vez lo hice en 7 días, no lo podía creer, es muy rápido 7 días, creo que me quedaba la aclimatación. Aclimatar es ir adaptándote a la altura de a poco porque cuanto más alto vas, menos oxígeno hay y el organismo necesita compensar con más glóbulos rojos y pulsaciones. Quedé sorprendido, pensé que me iba a costar y llegué bien”, explica con entusiasmo a El Correo.

“Lo lindo de la montaña es entregarte al azar, saber que hay cosas que no pasan por vos, y que no podes hacer nada para cambiarlas. Tenés que entregarte. Es muy linda la filosofía de la montaña, la montaña es un ser vivo que elige si te deja entrar o no. Te podés entrenar, pagar el mejor guía, comprarte el mejor equipo de ropa, pero si la montaña no quiere no quiere. Ahí no cuenta la plata”, reflexiona el psicólogo.

“La montaña es muy filosófica, es encontrar afuera cosas internas, lo ‘extimo’ que es como una sintesís entre lo exterior y lo íntimo, creo que la montaña es eso, vas hacia afuera, hacia la montaña, pero para remover un montón de cosas internas: te encontrás con tus peores cosas, y también con tus fortalezas”, asegura Máximo, que entre sueño y sueño ya camina rumbo a la cima del LIullaillaco.

Una historia que conmueve

En el centro de la Ciudad de Salta se erige, entre bares y edificios coloniales, una de las instituciones más prestigiosas a nivel nacional y mundial: el Museo de Arqueología de Alta Montaña. Más conocido como MAAM, su incepción se originó gracias a uno de los descubrimientos más impactantes y relevantes de las últimas décadas en Argentina y a nivel global, y a la voluntad de preservarlo y estudiarlo: el hallazgo, en marzo de 1999, de los cuerpos de tres niños extremadamente bien conservados por el frío en la cumbre del volcán Llullaillaco, a 6.700 metros de altura sobre el nivel del mar.

Los “Niños del Llullaillaco” atraen hace años a miles de personas que se acercan a este museo de Salta para observar uno de los mayores remanentes de la cultura incaica. Las investigaciones realizadas por los científicos que trabajan incansablemente para saber cada día más sobre cómo funcionaba una de las mayores y más modernas civilizaciones antiguas, revelaron que estos niños vivieron hace más de 500 años, durante el apogeo del Estado Inca, poco antes de la llegada de los españoles al continente.
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