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De los lectores | 21/06/2016
De los lectores
Al Sr. Pablo Celestino Menna
    Al señor Pablo Celestino Menna le escribo. A él que adornó mi infancia, mi cuadra, mi Carlos Casado.
    Su figura era la de alguien de otro siglo.  Como buen criollo, era ceremonioso y educado en el trato. Jamás insultaba, a pesar de que se enojaba con frecuencia. Le decían Luminaria, y eso lo enfurecía. Sabido es que el apodo le viene de cuando trabajaba de sereno en el Club Firmat: usaba linternas y la gente se mofaba de eso.

    Las anécdotas de Pablo son vastísimas: la más conocida es la del Gaucho Federal, ocurrida en el teatro Cervantes. Mientras Pablo bailaba el malambo disfrazado de gaucho, clavó una lanza en el piso, pero le dio tan fuerte que no pudo despegarla.

    Tenía la costumbre de dirigir el tránsito en la esquina de Sarmiento y Bv. Solís, valiéndose de un silbato y sus brazos, que permitían o negaban el paso de peatones y autos, según su gesto firme. La cara en ese momento era gravísima. Su rol era muy útil a horas del mediodía.

    En los veranos de la Villa Deportiva se daba un ritual fantástico: Pablo entraba gratis a la pileta, y una vez dentro del agua, los niños lo rodeábamos y le pedíamos que cantara. Sin hacerse rogar empezaba a improvisar poemas (habilidad que no pasó desapercibida por los Carmina Burana). Después de dos o tres minutos, llegaba el final del poema nombrando las “frondosas 33 hectáreas” (la Villa Deportiva). Todos nosotros, a modo de festejo pero también con un poco de malicia, estallábamos en gritos y manotazos al agua, salpicándolo. Esto le divertía mucho porque no paraba de reírse.

    Tuve la suerte de conversar mucho con Pablo. También lo grabé y fotografié varias veces. De adolescente lo entrevisté junto a su hermana María, también criollísima como él. Mi insolencia de púber impidió que la entrevista fuera seria; pero hace poco tuve la suerte de corregir eso. Pablo ya estaba mal, se le notaban signos de demencia senil, y se lo llevaban al hospital para internarlo, así que le pedí que me dejara unas palabras. Ahí me contó que de chico vivió en el campo, a legua y media de Chovet, que iba a la escuela a caballo, que aprendió a improvisar de los cantores que pasaban por Chovet.
    Con Pablo se nos va un criollo de antaño. Un personaje menos para la ciudad.

    Vaya mi hondo respeto y mi afecto a este hombre que embellece mi infancia sentado en la vereda con su silla destrozada, mateando en vaso de vidrio. Vaya el recuerdo para este hombre sencillo que fatigó las plazas con sus galgos y su bastón.


Máximo Cavallín
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